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Cachivachería

á los que llegó á prohibir el uso de la capa; y por fin, la expulsión violenta de más de cuatro mil peninsulares, muchos de los cuales fueron víctimas dela salvaje crueldad del capitán del bergantín Pacífico.

Los arbitrarios fusilamientos del norteamericano Jeremías y del argentino Mendizábal; el destierro, no menos atentatorio, del doctor Urquiaga, sobre quien recaían sospechas de ser autor de un pasquín que contra el omnipotente ministro arrojaron en el teatro; y la obstinada persecución á Tramarría y otros republicanos, eran causas bastantes para que la indignación pública se desbordara contra el gran hombre de Estado.

Monteagudo predicaba ya sin embozo sus doctrinas monárquicas, y el honrado San Martín las prohijaba, aunque cautelosamente. Los republicanos sinceros entraron en alarma y temieron, con razón, que mientras Monteagudo tuviese ingerencia en la cosa pública, la causa de la República estaría en peligro. Monteagudo minaba el terreno, con lentitud, es cierto, pero de una manera segura, y contaba con número crecido de correligionarios. Esta propaganda, ejercida por un hombre de su talento y energía, asustó á los demócratas y a los radicales, que para combatirla, organizaron una Logia, á cuya cabeza se pusieron Sánchez Carrión, Luna Pizarro, Mariátegui, Ferreiros, Pérez Tudela, Méndez Lachica, Arce, Rodríguez de Mendoza y otros patriotas.

Pronto supieron inculcar en la conciencia del pueblo los recelos que les inspiraba Monteagudo, y el 25 de Julio de 1822 se elevaba al Cabildo una acta, firmada por más de quinientas personas notables, exigiendo la inmediata destitución del ministro.

El Cabildo, presidido por Riva-Agüero, apoyó unánimemente el acta. Mariátegui y Cogoy fueron en comisión á palacio, para recabar del mandatario supremo la deposición y enjuiciamiento del ministro. El marqués de Torre Tagle, que por hallarse San Martín en Guayaquil había quedado al frente del gobierno, aceptó la renuncia que le presentó Monteagudo, y una compañía del batallón Numancia recibió orden de custodiarlo, en