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IV

Con estudiada destemplanza, y sin omitir ni la personal injuria, se presenta en el número 14,017 del «Comercio» un señor P. S. rompiendo lanzas en defensa de la divinidad colombiana, y abrumándome con más de cuatro columnas de argumentos ad hominem. Yo habría podido excusar una respuesta desde que ese caballero saca la cuestión del terreho histórico para convertirla en polémica de comadres; pero consideraciones de especial carácter me imponen el deber de contestar. Líbreme Dios de llamar maligno, venenoso, cínico, calumniador y protervo al escritor que tenga la desgracia de no pensar como yo pienso y que humanice lo que mi fantasía diviniza.

El señor P. S. [1] hace de Bolívar su ídolo. Es colombiano, y está en su perfecto derecho.

Yo, peruano, estudio á Bolívar, después de medio siglo de los sucesos, y mi corazón y mi criterio de peruano no pueden cantar himnos al hombre que menos amó á mi patria.

Pregimte el señor P. S. á esa juventud Carolina que hoy se afana para levantar uuna estatua á San Martín, estatua que há tiempo debió erigirse con el óbolo de todos los peruanos, y oirá de los labios de esa ilustrada juventud estas palabras de un historiador contemporáneo:— San Martín fué, ante todo, americano. Bolívar fué, ante todo, colombiano.

No soy yo quien antojadizamente establece este paralelismo. Es la Historia.

Bolívar trae un ejército auxiliar al Ecuador. Unido con las tropas peruanas alcanza la victoria de Pichincha, y luego

  1. Pérez Soto.