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Ricardo Palma

tan fino que percibe hasta el vuelo del pensamiento.—¿Esas tenemos, envidiosillo y soberbio? Pues tendrás lo que meereces, grandísimo bellaco.

Arrogante, moro, estáis,
y eso que en un mal caballo
como don Quijote váis;
ya os bajaremos el gallo,
si antes vos no lo bajáis.

Y amaneció, y se levantó el ángel protervo luciendo bajo las narices dos gruesas hebras de pelo, á manera de dos viboreznos. Eran la Soberbia y la Envidia.

Aquí fué el crujir de dientes y el encabritarse. Apeló á tijeras y á navaja de buen filo, y allí estaban, resistentes á dejarse cortar, el par de pelos.

—Para esta mezquindad, mejor me estaba con mi carita de hembra—decía el muy zamarro; y reconcomiéndose de rabia, fué á consultarse con el más sabio de los alfajemes, que era nada menos que el que afeita é inspira en la confección de leyes á un mi amigo, diputado á Congreso. Pero el socarrón barbero, después de alambicarlo mucho, le contestó:—Paciencia y non gurruñate, que á lo que vuesamerced desea no alcanza mi saber.

Al día siguiente despertó el rebelde con un pelito ó viborilla más. Era la Ira.

—A ahogar penas se ha dicho—pensó el desventurado.—Y sin más, encaminóse á una parranda de lujo, de esas que hacen temblar el mundo, en las que hay abundancia de viandas y de vinos, y superabundancia de buenas mozas, de aquellas que con una mirada le dicen á un prójimo: ¡dése usted preso!

¡Dios de Dios y la mona que se arrimó el maldito! Al despertar miróse al espejo, y se halló con dos huéspedes más en el proyecto de bigote. La Gula y la Lujuria.

Abotagado por los licores y comistrajos de la víspera, y extenuado por las ofrendas en aras de la Venus pacotillera, se