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Su retrato, que es todavía y á pesar de los años transcurridos, el de una mujer joven y hermosa, excita la curiosidad de todos.

Hacemos referencia á Rufina Padín.



CAPÍTULO II
L a e p i d e m i a


I

Pocos días después, una mañana entró en la casa la pequeña sirvienta, gritando:

—Señora... ¡está la fiebre amarilla en Buenos Aires! Muere mucha gente. Lo han dicho en el almacén.

La pobre señora palideció y suspendió la costura, y se le acercó Rufina también muy asustada, con la escoba en la mano, pues se ocupaba en aquel momento en barrer las habitaciones del interior.

—¡La fiebre amarilla!....

—Sí, señora, la fiebre... Muere mucha gente.

—Jesús, mamá; ¡que cosa más atroz!

—No te asustes, hija mía. Tal vez sean rumores falsos.

—No, señora; lo han dicho en el almacén, y han muerto dos en esta calle, no muy lejos de aquí. Y yo no puedo seguir sirviendo, porque me marcho ahora mismo con mis padres y familia.

Sin añadir más palabra, ni detenerse á tomar nada de lo suyo, la muchacha corrió á la calle con toda la ligereza de su diez años.