cirlo á un sacerdote , hombre al fin que tiene el deber de callarlo, y temer tostarse en el infierno, que es el acto de atrición? ¿con ser cobarde, desvergonzado sobre seguro? Yo tengo otra idea de Dios, decía; para mí, ni se corrige un mal con otro mal, ni se perdona con vanos lloriqueos, ni con limosnas a, la Iglesia. Y me ponía este ejemplo: si yo he asesinado á un padre de familia, si he hecho de una mujer una viuda infeliz, y de unos alegres niños huérfanos desvalidos, ¿habré satisfecho a la eterna Justicia con dejarme ahorcar, confiar el secreto á uno que me lo ha de guardar, dar limosna a los curas, que menos las necesitan, comprar la bula de composición ó lloriquear noche y día? ¿Y la viuda y los huérfanos? Mi conciencia me dice que debo substituir en lo posible à la persona que he asesinado, consagrarme todo y por toda mi vida al bien de esta familia cuya desgracia hice, y aun así , ¿quién substituye el amor del esposo y del padre?» Así razonaba su padre de usted, y con esta moral severa obraba siempre, y se puede decir que jamás ha ofendido á nadie; por el contrario , procuraba borrar con buenas obras ciertas in justicias que él decía habían cometido sus abuelos. Pero volviendo a sus disgustos con el cura, estos tomaban mal carácter; el padre Dámaso le aludía desde el púlpito , y si no le nombraba claramente era un milagro, pues de su carácter todo se podía esperar. Yo preveía que tarde o temprano la cosa iba a terminar mal.
El viejo teniente volvió a hacer otra breve pausa.
—Recorría entonces su provincia un exartillero , arrojado de las filas por demasiado bruto é ignorante ... Como el hombre tenía que vivir, y no le era permitido dedicarse á trabajos corporales que podrían dañar á nuestro prestigio, obtuvo de no sé quién el empleo de recaudar impuestos sobre vehículos. El infeliz no había recibido educación ninguna, y los indios lo conocieron bien pronto: para ellos es un fenómeno un español que no sabe leer ni escribir. Todo era burlarse del desgraciado, que pagaba con sonrojos el impuesto que cobraba, y conocía que era objeto de burla, lo cual agriaba más su carácter, rudo y malo ya de antemano. Dábanle intencionadamente lo escrito al revés; él hacía ademán de leerlo y firmaba en donde veía blanco con unos garabatos que le representaban con propiedad. Los indios pagaban, pero se burlaban; el tragaba saliva,