apagaron las luces de la casa de enfrente, cesó la música y el ruido, pero Ibarra oía aún el angustiado grito de su padre, buscando un hijo en su última hora.
El silencio había soplado su hueco aliento sobre Manila, y todo parecía dormir en los brazos de la nada ; oíase el canto del gallo alternar con los relojes de las torres y con el melancólico grito de alerta del aburrido centinela; un pedazo de luna empezaba á asomarse ; todo parecia descansar; sí, el mismo Ibarra dormía ya también, cansado quizás de sus tristes pensamientos o del viaje.
Pero el joven franciscano, que vimos hace poco inmóvil y silencioso en medio de la animación de la sala , no dormía , velaba. Con el codo sobre el antepecho de la ventana de su celda, el pálido y enflaquecido rostro apoyado en la palma de su mano, miraba silencioso á lo lejos una estrella que brillaba en el obscuro cielo. La estrella palideció y se eclipsó, la luna perdió sus pocos fulgores de luna menguante; pero el fraile no se movió de su sitio: miraba al lejano horizonte que se perdía en la bruma de la mañana, hacia el campo de Bagumbayan , hacia el mar que dormía aún .
VI
CAPITÁN TIAGO
Mientras nuestros personajes duermen ó se desayunan, vamos á ocuparnos de capitán Tiago. No hemos sido jamás convidado suyo ; no tenemos, pues, el derecho ni el deber de despreciarle haciendo caso omiso de él, aun en circunstancias importantes.
Bajo de estatura, claro de color, redondo de cuerpo y de cara, gracias á una abundancia de grasa, que, según sus admiradores, le venía del cielo, de la sangre de los pobres según sus enemigos, capitán Tiago aparecía más joven de lo que realmente era: le hubieran creído de treinta á treinta y cinco años de edad. La expresión de su rostro era constantemente beatífica en la época á que se refiere nuestra narración. Su cráneo, redondo, pequeñito, y cubierto de un pelo negro como el ébano, largo por delante y muy corto por detrás, contenía muchas cosas, según dicen,