—Sí, señora, y dos mejores que los de usted; pero estaba mirando esos rizos, —contestó el poco galante militar, y se alejó .
Instintivamente los dos religiosos se dirigieron a la cabecera de la mesa , quizás por costumbre, y como era de esperar, sucedió lo que con los opositores å una cátedra: ponderan con palabras los méritos y la superioridad de los adversarios, pero luego dan á entender todo lo contrario, y gruñen y murmuran cuando no la obtienen.
—Para usted , fray Dámaso!
—¡Para usted , fray Sibyla!
—Más antiguo conocido de la casa .. confesor de la difunta ... edad , dignidad y gobierno...
-¡Muy viejo que digamos, no! en cambio, ¡es usted el cura del arrabal! —contestó en tono desabrido fray Dámaso, sin soltar la silla. -¡Como usted lo manda, obedezco! - concluyó el padre Sibyla disponiéndose á sentarse.
-¡Yo no lo mando! -protestó el franciscano; - ¡yo no lo mando!
Iba ya á sentarse fray Sibyla sin hacer caso de las protestas, cuando sus miradas se encontraron con las del teniente. El más alto oficial es, según la opinión religiosa en Filipinas , muy inferior al lego cocinero. Cedant arma togoe, decía Ciceron en el Senado; cedant arma cotta dicen los frailes en Filipinas. Pero fray Sibyla era persona fina y repuso;
—Señor teniente, aquí estamos en el mundo y no en la iglesia ; el asiento le corresponde.
Pero, a juzgar por el tono de su voz, aun en el mundo le correspondía á él. El teniente, bien sea por no molestarse, ó por no sentarse entre dos frailes, rehusó brevemente.
Ninguno de los candidatos se había acordado del dueño de la casa. Ibarra le vió contemplando la escena con satisfacción y sonriendo.
—¡Cómo, don Santiago! ¿no se sienta usted entre nosotros?
Pero todos los asientos estaban ya ocupados: Lúculo no comía en casa de Lúculo.
—¡Quieto! ¡ no se levante usted !-dijo Capitán Tiago poniendo la mano sobre el hombro del joven. —Precisa-