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JOSÉ RIZAL

quedáronse extasiados contemplando la hermosura de María Clara. Algunas viejas murmuraban mientras mascaban buyo: <Parece la Virgen!»

Allí tu vieron que tomar chocolate. Capitán Basilio se había hecho íntimo amigo y defensor de Ibarra desde el día de la jira campestre.

Después de tomar el chocolate, nuestros jóvenes tuvieron que oir el piano, tocado por el pianista del pueblo.

—¿Quiere usted venir con nosotros esta noche?

—preguntó Capitán Basilio al oído á Ibarra en el momento de despedirse.-El padre Dámaso va á poner una pequeña banca.

Ibarra se sonrió y no aseguró nada.

—¿Quién es ese?-preguntó María Clara á Victoria, señalando con una rápida mirada á un joven que las seguía.

—Ese... es un primo mío-contestó algo turbada.

—¿Y el otro?

—Ese no es primo mío-contestó vivamente Sinang.

Pasaron por delante de la casa parroquial, que por cierto no era de las menos animadas. Sinang no pudo contener una exclamación de asombro al ver que ardían las lámparas de una forma antiquísima que el padre Salví no dejaba nunca encender por no gastar petróleo. Oíanse gritos y sonoras carcajadas; veíase á los frailes pasear lentamente fumando ricos cigarros y lanzando bocanadas de humo. Los seglares que entre ellos estaban procuraban imitar cuanto hacían Ios buenos religiosos.

Por el traje europeo que vestían, debían ser empleados ó autoridades de la provincia.

María Clara distinguió los abultados contornos del padre Dámaso al lado de la correcta silueta