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NOLI ME TÁNGERE

santa simiente en el campo de nuestro venerable y seráfico padre San Francisco! Vosotros, grandes pecadores, cautivos de los moros de la vida eterna en poderosas embarcaciones, Vosotros que estáis cargados con los grilletes de la lascivia y concupiscencia y remáis en las galeras de Satán infernal, ved ahí, con reverente compunción, al que rescata las almas de la cautividad del demonio, al esforzado David, al victorioso Roldán del cristianismo, al guardia civil celestial, más valiente que todos los guardias civiles juntos, habidos y por haber-el alférez arruga el ceño,-que sin más arma que una cruz de palo vence con denuedo al eterno tulisán de las tinieblas y á todos los secuaces de Luzbel, y habría extirpado á todos para siempre si los espíritus no fuesen inmortales. Esta maravilla de la creación divina, este portento, es el bienaventurado Diego de Alcalá.»

Los rudos indios, según expresión del corresponsal, no pescaron del párrafo otra cosa que las palabras guardia civil, tulisán, San Diego y San Francisco; observaron la mala cara que había puesto el alférez y el gesto belicoso del predicador y dedujeron que le regañaba á aquél porque no perseguía á los malhechores. San Diego y San Francisco se encargarían de ello, como ya había hecho éste último en otro tiempo, según atestiguaba una pintura existente en el convento de Manila, en que San Francisco, con sólo su cordón, había contenido la invasión china de los primeros años del descubrimiento. Alegráronse, pues, no poco los devotos, agradeciendo á Dios esta ayuda, y no dudando que una vez desaparecidos los tulisanes, San Francisco destruiría también á los guardias civiles. Redoblaron, pues, la atención escuchando al padre Dámaso, que continuó: