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JOSÉ RIZAL

El joven quedó solo. Elías ya no le miraba: sus ojos estaban clavados en el hombre amarillo que, inclinado sobre el foso, seguía con ansia los movimientos del jo ven.

Oíase el ruido de la pala removiendo la masa de arena y cal, al través de un débil murmulle de los empleados que felicitaban al alcalde por su discurso.

De repente, la polea atada á la' base de la cabria salta, y tras ella el torno que golpea el aparato como un ariete: los maderos vacilan, vuelan las ligaduras y todo se derriba en un segundo y con espantoso estruendo. Una nube de polvo se levanta; un grito de horror compuesto de mil voces llena el aire. La multitud huye en todas direcciones. Solamente María Clara y el padre Salví permanecen en su sitio sin poderse mover, pálidos Cuando la polvareda se hubo desvanecido un poco, vieron á Ibarra de pie entre vigas, cañas y cables, entre el torno y la enorme piedra, que al descender tan rápidamente lo había aplastado todo.

El joven tenía aún en su mano la pala y miraba con ojos espantados el cadáver de un hombre que yacía á sus pies, medio sepultado entre las vigas.

Milagro! ¡milagro!-gritaron algunos.

—¡Venid y desembarazad el cadáver de este desgraciado!-dijo Ibarra como despertando de un sueño.

Al oir su voz María Clara, cayó desmayada en brazos de sus amigas.

Reinaba una gran confusión: todos hablaban, gesticulaban, corrían de un lado á otro aturdidos y consternados.

—¿Quién es el muerto?-preguntaba el alférez.

Rsconocieron entonces al hombre amarillo que estaba de pie al lado del tornosin palabra.