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JOSÉ RIZAL

—Un sermón soberbio, gigante!-dijo el escribano., Magnifico, profundo!-añadió el corresponsal.

—Para poder hablar tanto se necesita tener grandes pulmones-obser vó el padre Manuel Martín.

El agustino no le concedía más que pulmones.

Para que se cumpliese una vez más el refrán de que ccuando se habla del ruin de Roma, pronto asoma», no tardó en presentarse en el lugar del festín el padre Dámaso.

Esta ban ya en los postres y el champaña espumaba en las copas.

El padre Dámaso sonrió nerviosamente cuando vió á MaríaClara sentada á la derecha de Crisóstomo; pero tomando una silla al lado del alcalde, preguntó en medio de un silencio significativo: -¿Se hablaba de algo, señores? ¡Continúen ustedes!

—Se brinda-contestó el alcalde.-El señor Ibarra mencionaba á cuantos le habían ayudado en su filantrópica empresa y hablaba del arquitecto cuando vuestra reverencia...

—Pues yo no entiendo de arquitectura-interrumpió el padre Dimaso,-pero me río de los arquitectos y de los bobos que á ellos acuden. Yo iracé el plano de esa iglesia, y está construída perfectamente. ¡Para trazar un plano basta tener dos dedos de frente!

—Sin embargo-repuso el alcalde, viendo que Ibarra se callaba,-cuando se trata de ciertos edificios, por ejemplo, como esta escuela, necesitamos un perito...

—Peritos!-exclamó con burla el padre Dámaso.-Hay que ser más bruto que los indios, que se levantan sus propias casas, para no saber hacer construir cuatro paredes y ponerles una cubierta...