XXIII
Su Exceleneia
¡Deseo hablar con ese joven!-decía S. E. á un ayudante;-ha despertado todo mi interés.
—Ya han ido á buscarle, mi general! Pero aquí hay un joven de Manila que pide con ineistencia ser introducido. Le hemos dicho que V. E. no tenía tiempo y que no había venido para dar audiencias, sino para ver el pueblo y la procesión, pero ha contestado que V. E. siempre tiene tiempo disponible para hacer justicia...
S. E. se volvió al alcalde maravillado.
—Si no me engaño-contestó éste haciendo una ligera inclinación,-es el joven que esta mañana ha tenido una cuestión con el padre Dámaso con motivo del sermón.
—¿Aun otra? ¿Se ha propuesto ese fraile alborotar la provincia ó cree que él manda aquí? ¡Decid al joven que pase! S. E. se paseaba nervioso de un extremo á otro de la sala. En la antesala había varios españoles, mezclados con militares y autoridades del pueblo de San Diego, agrupados en corros y con versando.
Encontrábanse también allí todos los frailes, menos el padre Dámaso, y querían pasar para presenter Bus respetos á S. E.