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JOSÉ RIZAL

—Quiénes son esos?-preguntó con extrañeza.

—Esos que han salido para evitar su contacto.

— įPara evitar mi contacto?

—¡Si! dicen que está usted excomulgado..

Ibarra no supo qué contestar y miró á su alrededor. Vió entonces á María Clara, que ocultaba el rostro detrás del abanico. La joven sentía en el fondo del alma la nueva ofensa que acababan de inferir á su amado. Estaba á punto de estallar en sollozos. En vano quería disimular. Sinang le decía en voz baja palabras cariñosas. Aquello pasaría pronto. Lo que debían hacer era marcharse cuanto antes á Manila.

Pero es posible-exclamó al fin el joven-que el fanatismo ó la hipocresía impere sobre la razón? Qué se propone esa gente? ¿Qué mal les he hecho?...

Y acercándose á las jóvenes y cambiando de tono: -Dispensadme-dijo;-voy á salir un momento; volveré para acompañaros.

Quédate-le dijo Sinang;-Yeyeng va á bailar en La Calandria; baila divinamente.

—Me están esperando, ya volveré.

Redoblaron los murmullos de la multitud, que apenas hacía caso de la representación, atenta sólo á lo que pasaba en el grupo formado por María Clara y sus amigos.

Mientras Yeyeng salía vestida de chula, acercáronse dos soldados de la guardia civil á don Filipo, pidiendo que se suspendiese la representación.

Y por que?-preguntó éste sorprendido.

—Porque así lo ordena el alférez, que acaba de recibir quejas del señor cura, diciendo que lo que aquí se hace no es nada edificante y que sólo se puede tolerar en un pueblo de herejes.