En efecto, Lucas contaba sobre la mano del marido de la loca Sisa monedas de plata. Cambiaron algunas palabras en secreto, y se separaron, al parecer satisfechos.
—Lo habrá contratado! ¡Ese sí que es decidido!
—suspiró Bruno.
Társilo permanecía mudo y pensativo.
—Hermano-exclamó Bruno,-yo voy si tú no te decides.
—Espera!-contestó Társilo,-voy contigo; tienes razón; vengaremos al padre, que murió apaleado.
Acercáronse á Lucas, y éste les vió venir y se sonrió.
—¿Qné hay?
—¿Cuánto das?-preguntaron los dos.
—Ya lo he dicho: si os encargáis de buscar otros para sorprender el cuartel, os doy treinta pesos á cada uno de vosotros y diez á cada compañero. Si todo sale bien, recibirá ciento cada uno y vosotros el doble. Ya sabéis que don Crisóstomo es rico.
—¡Aceptado!exclamó Bruno;-venga el dinero.
—Ya sabía yo que erais valientes como vuestro padre. Venid, que no nos oigan esos que le mataron-dijo Lucas señalando á los guardias civiles.
Y llevándolos á un rincón les dijo mientras les daba el dinero: -Mañana llega don Crisóstomo y trae armas; pasado mañana á la noche, cerca de las ocho, id al cementerio y os comunicaré sus últimas disposiciones. Tenéis tiempo de buscar compañeros.