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JOSÉ RIZAL

En efecto, Lucas contaba sobre la mano del marido de la loca Sisa monedas de plata. Cambiaron algunas palabras en secreto, y se separaron, al parecer satisfechos.

—Lo habrá contratado! ¡Ese sí que es decidido!

—suspiró Bruno.

Társilo permanecía mudo y pensativo.

—Hermano-exclamó Bruno,-yo voy si tú no te decides.

—Espera!-contestó Társilo,-voy contigo; tienes razón; vengaremos al padre, que murió apaleado.

Acercáronse á Lucas, y éste les vió venir y se sonrió.

—¿Qné hay?

—¿Cuánto das?-preguntaron los dos.

—Ya lo he dicho: si os encargáis de buscar otros para sorprender el cuartel, os doy treinta pesos á cada uno de vosotros y diez á cada compañero. Si todo sale bien, recibirá ciento cada uno y vosotros el doble. Ya sabéis que don Crisóstomo es rico.

—¡Aceptado!exclamó Bruno;-venga el dinero.

—Ya sabía yo que erais valientes como vuestro padre. Venid, que no nos oigan esos que le mataron-dijo Lucas señalando á los guardias civiles.

Y llevándolos á un rincón les dijo mientras les daba el dinero: -Mañana llega don Crisóstomo y trae armas; pasado mañana á la noche, cerca de las ocho, id al cementerio y os comunicaré sus últimas disposiciones. Tenéis tiempo de buscar compañeros.