—No he visto mujer más fea que esa en los dfas de mi vida-exclamó Társilo en medio del silencio general.-Sólo un hombre tan estúpido como el alférez podía enamorarse de semejante estantigua.
La ofendida señora se levantó, como si la hubiese picado una víbora, y corrió hacía el preso con ánimo de abofetearle.
—¡Amordazadle!-gritó el alférez temblando de ira.
Era lo único que deseaba Társilo, y sus ojos brillaron de satisfacción.
A una señal del alférez, un guardia, armado de un bejuco, empezó su triste tarea. Todo el cuerpo de Társilo se contrajo; se oyó un rugido prolongado á pesar del lienzo que le tapaba la boca; bajó la cabeza; sus ropas se mancharon de sangre.
El padre Salví, pálido y con la mirada extraviada, no perdía un detalle del horrible suplicio.
Al fin, el soldado dejó caer el brazo jadeante.
El alférez, pálido de ira y asombro al ver que tampoco daba resultado esta nueva prueba á que había sido sometido el prisionero, mandó que le desatasen.
Doña Consolación se levantó entonces y murmuró al oído del marido algunas palabras. Este movió la cabeza en señal de asentimiento.
—¡Al pozo con él!-dijo.
Los filipinos saben lo que esto quiere decir; en tagalo lo traducen por timbain.
No sabemos quién habrá sido el que ha in ventado este procedimiento, pero juzgamos que debe de ser bastante antiguo. Por lo menos debe remontarse á la llegada de los españoles.
En medio del patio del tribunal se levantaba el brocal de un pozo, hecho groseramente con piedras vivas. Un rústico aparato de caña, en forma