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NOLI ME TÁNGERE

Cuatro ó cinco horas más tarde, en una tertulia de pretensiones en intramuros, se comentaban los sucesos del día. Formaban la reunión viejas y solteras, casadas, mujeres ó hijas de empleados, vestidas de bata, abanicándose y bostezando. Entre los hombres había un señor de edad, pequeñito y manco, á quien trataban con mucha consideración y que guardaba, con respecto á los demás, un desdeñoso silencio.

—A la verdad, antes no podía sufrir á los frailes y á los guardias civiles, por lo mal educados que son-decía una señora gruesa:--pero ahora que veo su utilidad y servicios me casaría gustosa con cualquiera de ellos. ¡Yo soy patriota!

—¡Lo mismo digo!-añadió una flaca.-Qué lástima que no tengamos el anterior gobernador!...

¡Aquel dejaría el país limpio como una patena! Y se acabaría la ralea de filibusterillos!

—¡No dicen que quedan muchas islas por poblar? ¿Por qué no deportan allá tantos indios chiflados? ¡Si yo fuera el capitán general!...

—Señoras-dijo el manco;-el capitán general sabe su deber; según he oído está muy irritado, pues había colmado de favores á ese Ibarra, -Colmado de favores!-repetía la flaca, abanicándose furiosa.-¡Miren ustedes lo ingratos que son estos indios! Se les puede tratar acaso como á personas? ¡Jesús!

—Y saben ustedes lo que he oído?-preguntaba un militar.

—A ver? Qué es? Qué dicen?

—Personas fidedignas-dijo el militar en medio del mayor silencio-aseguran que todo aquel ruido de levantar una escuela era puro cuento.