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JOSÉ RIZAL

ma le había hecho el padre Dámaso! Entonces comprendería él por qué se había negado á recibirle y por qué no habfa contestado á sus cartas... No se casaría con él, pero jamás sería de otro hombre... Entraría en un convento y allf lloraría hasta el día de la muerte su desgracia...

Una banca cargada de zacate se detuvo al pie del embarcadero que tenía la casa, como todas las situadas á orillas del río. Uno de los hombres que la tripulaban subió la escalera de piedra, saltó el muro, y segundos después se oían sus pasos subiendo la escalera de la azotea.

Maria Clara le vió detenerse al descubrirla, pero sólo fué un momento, porque el hombre á vanzó lentamente y, á tres pasos de la joven, volvió á detenerse. María lara retrocedió.

—Crisóstomo!-murmuró llena de terror.

St, soy Crisóstomo!-repuso Ibarra con voz grave.-Un amigo fiel, el piloto Elías, acaba de sacarme con exposición de su vida de la prisión donde me habían arrojado mis enemigos.

A estas palabras siguió un triste silencio. María Clara inclinó la cabeza y dejó caer los brazos en actitud desolada.

Ibarra continuó: Cuando toda vía era niño juré hacerte feliz! ¡No han permitido que cumpliese mi palabra! ¡No ha sido mía la culpa! A pesar de tu inconstancia y del olvido de los juramentos que también me hiciste he querido verte por última vez y decirte que te perdono. Por eso al huir de la cárcel lo primero que he hecho es venir á buscarte... Ahora sé feliz con ese español que seguramente no te querrá tanto como yo te he querido y toda vía te quiero.

¡Adiós!...

Ibarra trató de alejarse, pero la joven lo detuvo.