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JOSÉ RIZAL

 Los ojos del anciano se cubrieron de lágrimas, dió media vuelta y se alejó rápidamente.

—¡La mesa está servida!—anunció un criado indio, luciendo una inmaculada camisa blanca con los faldones por fuera.

Y los invitados se apresuraron alegremente á colocarse en sus sitios.

III

La cena

Instintivamente los dos religiosos se dirigieron á la cabecera de la mesa, y como era de esperar, sucedió lo que á los opositores á una cátedra: ponderan con palabras los méritos y la superioridad de los adversarios, pero luego dan á entender todo lo contrario, y gruñen y murmuran cuando no la obtienen.

—El sitio de honor es para usted, fray Dámaso.

—¡Para usted, fray Sibyla!

—Si usted lo manda obedeceré—dijo el padre Sibyla disponiéndose á sentarse.

—¡Yo no lo mando—protestó el franciscano, yo no lo mando!

Iba ya á sentarse fray Sibyla sin hacer caso de las protestas, cuando sus miradas se encontraron con las del teniente. El más alto oficial es, según