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J0SÉ RIZAL

gas. El franciscano machacó colérico los calabacines, tomó un poco de caldo, dejó caer la cuchara y empujó bruscamente el plato hacia delante, ensuciando el mantel. El dominico, que lo estaba observando con el rabillo del ojo, fingía hablar muy distraído con el joven rubio; pero no pudo evitar que asomase á sus labios una burlona sonrisa.

—¿Cuanto tiempo hace que falta usted del país?—preguntaba Laruja á Ibarra.

—Cerca de siete años.

—Entonces ya se habrá usted olvidado de él por completo.

—¡Al contrario! Mi país y mis paisanos son los que se han olvidado de mi. ¡Ni aun se molestaron en decirme cómo murió mi padre!

—¡Ah!—exclamó el teniente.

—Y ¿dónde estaba usted que no pidió noticias, aunque fuese por telégrafo?—preguntó doña Victorina, que no abría la boca más que para deoir disparates.—Nosotros cuando nos casamos telegrafiamos á la Peninsula, comunicando la fausta nueva á la familia de mi marido.

—Señora, durante estos dos últimos años estuve en el Norte de Europa: en Alemania y en la Polonia rusa.

El doctor Espadaña, que hasta entonces no se había atrevido á hablar, creyó conveniente decir algo, y como en decir disparates ganaba á su mujer, soltó la siguiente vaciedad, ruborizándose hasta las niñas de los ojos:

—Co... conocí en España un polaco de Va.. Varsovia llamado Stadtuitzki, si mal no recuerdo; ¿le ha visto usted por ventura?

Es muy posible—contestó con amabilidad Ibarra;—pero en este momento no lo recuerdo.

—¡Pues no se le podía co... confundir con otro!