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NOLI ME TÁNGERE

—añadió el doctor cobrando ánimo:—era rubio como el oro y hablaba muy mal el español.

—Buenas señas son, pero durante mi estancia en aquellas tierras no he hablado una palabra de español más que en algunos consulados.

—¿Y cómo se arreglaba usted?—preguntó admirada doña Victorina.

—Me servía del idioma del pais, señora.

—¿Habla usted también el inglés?—preguntó el dominico, que había estado en Hong Kong y conocía el Pidgin English, esa adulteración del idioma de Shakespeare por los hijos del Celeste imperio.

—He estado un año en Inglaterra entre gentes que sólo hablaban el inglés.

—Y ¿cuál es el país que más le gusta á usted de Europa?—preguntó el joven rubio.

—Después de España, mi segunda patria, no tengo preferencia por ninguno. Sin embargo, escogería el más libre.

—Habrá usted visto muchas cosas notables!—dijo Laruja.

—¡Notables! Lo más notable es el lamentable atraso de los europeos y su orgullo inconmensurable. Sienten un soberano desprecio por los otros pueblos, y no obstante, excepto una insigniticante minoría, son tan ignorantes como ellos y aun más desgraciados. La Naturaleza y los hombres los oprimen al mismo tiempo. Ya quisieran gozar de la libertad y la abundancia de los países semisalvajes. Por eso los miran con rencor y tratan de exterminarlos

—Y ¿no has visto más que eso?—preguntó con risa burlona el franciscano, que desde el principio de la cena estaba enfurruñado, buscando la manera de vengarse de la burla que le había hecho el dominico con el plato de tinola.—¡Vaya unas lin-