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JOSÉ RIZAL

pecular con las necesidades de los demás, ejercía un verdadero monopolio en toda clase de arriendos y subastas. Capitán Tiago era, en suma, un hombre feliz: poseía grandes riquezas y estaba en paz con Dios, con el gobierno y con los hombres.

Afectaba ser hombre muy devoto y concurría todos los años con una orquesta á la animada romería que se celebraba en Antipolo en honor de la Virgen. Entonces costeaba dos misas solemnes y luego se bañaba en el milagroso batis ó fuente donde la misma sagrada imagen se había bañado.

Pero Antipolo no era el único teatro de su ruidosa devoción. En Binondo, en la Pampanga y en el pueblo de San Diego, cuando tenía que jugar un gallo con grandes apuestas, enviaba al cura monedas de oro para misas, y como los romanos que consultaban sus augures antes de una batalla dando de comer á los pollos sagrados, Capitán Tiago consultaba también los suyos con las modificaciones propias de los tiempos y de las nuevas creencias. Observaba la llama de las velas, el humo del incienso, la voz del sacerdote, y de todo procuraba deducir su futura suerte. Era una creencia admitida que sólo perdía sus apuestas cuando el oficiante estaba ronco, había pocas luces, los cirios tenían mucho sebo ó se había deslizado entre las monedas una falsa. El celador de una cofradía le aseguraba que aquellos desengaños eran pruebas á que le sometía el cielo para asegurarse más de su fe y devoción. Querido de los curas, respetado de los sacristanes, mimado por los chinos cereros y los pirotécnicos ó castileros, gozaba de gran prestigio entre los beatos, y personas de carácter y gran piedad le atribuian también gran influencia en la corte celestial.

Con los gobernantes estaba igualmente á partir