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JOSÉ RIZAL

-Pienso como tú. Con una mujer como María Clara y un suegro como Capitán Tiago, el muchacho será nuestro en cuerpo y alma. Y si se declara enemigo, tanto mejor.

Fray Sibyla miró sorprendido al anciano, -Mejor para nuestra corporación. Prefiero los ataques á las tontas alabanzas y adulaciones de amigos... pagados.

—¿Piensa vuestra reverencia?...

El anciano le miró con tristeza.

—¡Tenlo bien presente!-continuó respirando con fatiga.-Nuestro poder durará mientras se crea en él. Necesitamos que nos ataquen, que nos despierten. Es preciso que estemos siempre arma al brazo. Lo que nos ha sucedido en Europa nos puede suceder aquí también el mejor día. Y entonces el dinero no entrará en las iglesias, y al arruinarnos dejaremos de ser fuertes y de influir en las conciencias.

—Siempre tendremos nuestras haciendas, nuestras fincas...

—Todas se perderán como las perdimos en España. Estamos labrando nuestra propia ruina. Somos insaciables; ni siquiera sabemos cubrir las apariencias. Todos los años subimos caprichosamente el canon de nuestros terrenos. Esa desmedida avaricia nos pierde. ¡El indio comienza á cansarse de que le exploten!

—¿De manera que vuestra reverencia cree que el canon ó tributo?...

—iNo hablemos más de esas cosas!-interrumpió con cierto disgusto el enfermo.- Decías que el teniente había amenazado á fray Dámaso con delatarlo al general?

—Si-contestó fray Sibyla sonriendo;-pero esta mañana le vi y me dijo que sentía cuanto ha-