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NOLI ME TÁNGERE

7L Oyéronse ligeros pasos: era el cura que se acercaba con una forzada sonrisa en los labios.

Empezaron á hablar de cosas indiferentes, del tiempo, del pueblo y de las fiestas que iban á celebrarse. María Clara buscó un pretexto y se alejó.

—Y pues que hablamos de fiestas, permítame usted que le invite á la que celebraremos mañana.

Es una jira campestre. Iremos unos cuantos amigos.

¿Y en dónde se hará? Las jóvenes quieren que sea en el arroyo que corre en el vecino bosque cerca del baliti: nos levantaremos temprano para que no nos alcance el sol.

El religioso reflexionó un momento; después contestó: -La invitación es muy tentadora y la acepto para probarle que ya no le guardo rencor. Pero iré más tarde; después que haya cumplido con mis obligaciones. ¡Feliz usted que está libre, enteramente libre! Todavía brillaban las estrellas y las aves dor mitaban aún en las ramas, cuando una alegre comitiva recorría ya las calles del pueblo dirigiéndose al lago, á la luz de unas cuantas antorchas de brea llamadas comunmente huepes.

Iban delante cinco jovencitas cogidas de las manos y de la cintura, seguidas de algunas ancia nas y de varias criadas, que llevaban graciosamente sobre sus cabezas cestos llenos de provisiones. Eran María Clara y sus cuatro amigas, la alegre Sinang, la severa Victoria, la hermosa Iday y la pensativa Neneng.

Conversaban animadamente, se pellizcaban, se hablaban al oído y después prorrumpían en carcajadas.