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JOSÉ RIZAL

Vais á despertar á la gente que aun está durmiendo!-les decía la tfa Isabel;-cuando nosotras éramos jóvenes no alborotábamos tanto.

—¿ Está el lago tranquilo? ¿Creen ustedes que vamos á tener buen tiempo?-preguntaban las mamás llenas de temor.

—No se inquieten ustedes, señoras; ¡yo sé nadar perfectamente!-contestó un joven alto y delgado.

—Debíamos antes haber oído misa!-suspiraba tía Isabel juntando las manos.

—Aun hay tiempo, señora; Albino, que fué seminarista, la puede decir en la banca-contestó otro seňalando al joven flaco y alto.

Este, que tenía una fisonomía de socarrón, al oir que le aludfan adoptó un ademán compungido, caricaturizando al padre Salví.

Ibarra, sin perder su seriedad, tomaba también parte en la alegría de sus compañeros.

Al llegar á la playa escapáronse de los labios de las mujeres exclamaciones de asombro y alegría.

Velan dos grandes bancas, pintorescamente adornadas con guirnaldas de flores, telas de varios colores y farolitos de papel. En la banca mejor adornada había un arpa, guitarras, acordeones y un cuerno de carabao; en la otra ardía el fuego en kalanes de barro y preparábase té, café y salabat para el desayuno.

—iAquí las mujeres y allí los hombres! ¡Estaos quietos! ¡No moverse mucho, que vamos á naufragar!-decian las mujeres formales al embarcarse.

—Haced antes la señal de la cruz!-decía tía Isabel persignándose.

—Y vamos á ir solas?-preguntaba Sinang haciendo un mohín.-¡Ay! Esta exclamación la había producido un pellizco propinado á tiempo por su madre.