día tenerse de pie en la parte superior, para desde allí retirar los peces con la redecilla.
—Un caimán!-gritó un joven que tendía la red.
—¡Un caimán!-repitieron todos.
La palabra corrió de boca en boca en medio del espanto y la estupefacción general.
—¿Qué decís?-le preguntaron.
—Digo que hay un caimán-afirmó León.
E introduciendo una caña en el agua continuó: -¿Ois ese sonido? Eso no es arena; es la dura piel, la espalda del caimán.¿Veis cómo se mueven las cañas? Es él que forcejea.
—¿Qué hacer?-se preguntaron todas.
—iCogerlo!-dijo uno voz, -¡Jesús! Y ¿quién lo coge? Nadie se ofrecía á descender al abismo. El agua era profunda.
El piloto se levantó, cogió una larga cuerda y subió ágilmente á la especie de plataforma.
Excepto María Clara, nadie hasta entonces se había fijado en él; ahora admiraban su esbelta estatura.
Con gran sorpresa y á pesar de los gritos de todos, el piloto saltó dentro del encerradero.
—¡Tomad ese cuchillo!-gritó Crisóstomo sacando una ancha hoja toledana.
Pero ya el agua subía en forma de surtidor y el abismo se cerró misterioso.
—¡Jesús, María y José!-exclamaban las mujeres.-Vamos á tener una desgracia! Jesús, María y José!
—No tengan ustedes cuidado-decía el viejo barquero;-no ha hecho en toda su vida más que cazar caimanes.
El agua se agitaba, parecía que en el fondo se