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JOSÉ RIZAL

Ibarra quiso intervenir, pero el padre Sal ví repuso con sonrisa forzada: -Y sabe usted, señor alférez, qué se dice de la desaparición de esos chicos? ¿No? Pues pregúnteselo usted á sus soldados!

—¿Cómo?-exclamó aquél perdiendo la alegría.

—Dícese que en la noche de la desaparición sonaron varios tiros.

—Varios tiros?-repitió el alférez mirando á los presentes.

Estos hicieron un movimiento de cabeza afirmati vo.

El padre Salvi repuso entonces lentamente y con cruel burla: -Vamos, veo que usted ni coge á los criminales ni sabe lo que hacen los de su casa, y quiere meterse á predicador y á enseñar á los otros su deber.

La vuelta de los criados, que no habían podido encontrar á la loca, hizo cambiar de conversación.

Termina da la comida y mientras se ser vía el té y el café, distribuyéronse jóvenes y viejos en varios grupos. Unos cogieron los tableros, otros los naipes, y las jovencitas, deseosas de saber el por venir, prefirieron hacer preguntas á la Rueda de la Fortuna, La repentina llegada de cuatro guardias civiles y un sargento, armados todos y con la bayoneta calada, turbó la alegría é introdujo el espanto en el círculo de las mujeres.

—Quieto todo el mundo!-gritó el sargentc.- ¡Un tiro al que se mueva! A pesar de esta brutal fanfarronada, Ibarra se levantó y se le acercó.

—¿Qué quiere usted?-preguntó.

—Que nos entregue ahora mismo un criminal