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NOLI ME TÁNGERE

llamado Elías, que les ser vía de piloto esta mañana-contestó con tono de amenaza.

—Un criminal? El piloto? ¡Debe usted estar equi vocado!-repuso Ibarra.

—No, señor! Ese Elías está acusado de haber puesto la mano sobre un sacerdote.

—¡Ah! ¿y es el piloto?

—El mismo: usted admite en sus fiestas gente de mala fama, señor Ibarra.

Este le miró de pies á cabeza y le contestó con soberano desprecio: -¡No tengo que darle á usted cuenta de mis acciones! En nuestras fiestas todo el mundo es bien recibido, y usted mismo que hubiera venido, habría encontrado un sitio en la mesa, como su alférez, que hace un momento estaba entre nosotros.

Y di El sargento se mordió los bigotes, y considerando que era la parte más débil, ordenó que buscasen entre los árboles al piloto, cuyas señas llevaba en un pedazo de papel. Don Filipo le decía: -Note usted que esas señas con vienen á las nueve décimas partes de los naturales; no vaya usted á dar un paso en falso.

Al fin volvieron los soldados diciendo que no habían podido ver hombre alguno que infundiera sospechas: el sargento balbuceó algunas palabras y se marchó como vino: já lo guardia civil! La alegría volvió poco á poco á renacer, llovieron las preguntas y abundaron los comentarios.

—Con que ese es el Elias que arrojó al alférez á un charco!-decía el exseminarista pensativo.

—Y ¿cómo fué eso, cómo fué eso?-preguntaban algunos curiosos.

—Dicen que un día muy lluvioso del mes de Septiembre se encontró el alférez con un hombre esto volvió la espalda.