De tiempo en tiempo repican alegremente las campanas, las mismas campanas que diez días antes doblaban tan tristemente. Ruedas de fuego y morteretes atruenan el aire: el pirotécnico filipino, que aprendi6 su arte sin maestro ninguno conocido, va á desplegar sus habilidades, prepara toros, castillos de fuego con luces de Bengala, globos de papel infiados con aire caliente, bombas y cohetes.
Resuenan lejanos acordes? pues ya corren los muchachos precipitadamente hacia las afueras de la población para recibir á las bandas de música, Son cinco las alquiladas, además de tres orquestas.
La música de Pagsanghan, propiedad del escribano, no debe faltar, ni la del pueblo S. P. de T., célebre porque la dirigía el maestro Austria, el vagabundo Cabo Marino, que lleva, según dicen, la fama y la armonía en el extremo de su batuta.
La música entra en el pueblo tocando alegres marchas, seguida de chicos medio desnudos; quien viste la camisa de su padre, quien los pantalones.
Entretanto, van llegando en carromatos, ecalesas ó coches, los parientes, los amigos, los desconocidos, los tahures con sus mejores gallos y sacos de oro, dispuestos á arriesgar sus fortunas sobre el tapete verde ó dentro de la rueda de la gallera.
—El alférez tiene cincuenta pesos cada noche!
—murmura un hombre pequeñito y rechoncho al oído de los recién llegados;-capitán Tiago va á venir y pondrá banca; capitán Joaquín trae diez y ocho mil pesos. Habrá liam-pó. El chico Carlos pone también banca con un capital de diez mil pesos. De Tananan, Lipa y Batangas, así como de Santa Cruz, vienen grandes puntos. Se va á jugar en grande.
Y ¿cómo está la familia?
—¡Bien, bien! igracias!-contestaban los foras- 4;-y el padre Dámaso?