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NOLI ME TÁNGERE

María Clara iba en medio de Victoria é Iday; la tía Isabel seguía detrás.

La gente se apartaba respetuosa para abrirles paso. Clara estaba hermosísima; su palidez había desaparecido y sus labios sonreían dulcemente. Con esa amabilidad de la doncella feliz, saludaba á los antiguos conocidos de su niñez, hoy admiradores de su dichosa juventud. En menos de quince días había vuelto á recobrar aquella franca confianza, aquella charla infantil que parecían haberse aletargado entre los estrechos muros del beaterio.

Las casas principales comenzaban á iluminarse, y en las calles que recorría la música encendíanse las arañas de caña y madera, imitación de las de la iglesia.

Desde la calle, á través de las abiertas ventanas, se veía la gente bullir en las casas en medio de una atmósfera de luz y de los acordes de pianos y orquestas. Cruzaban las calles chinos, españoles, filipinos, vistiendo éstos ya el traje europeo, ya el del país. Confundíanse y codeábanse criados cargados de gallinas, estudiantes vestidos de blanco, hombres y mujeres, exponiéndose á ser atropellados por coches y calesas, que á pesar del tabi ó aviso de los conductores, difícilmente se abrían paso.

Delante de la casa de Capitán Basilio, algunos jóvenes saludaron á nuestros conocidos y los invitaron á que visitaran la casa. La alegre voz de Sinang, que descendía las escaleras corriendo, puso fin á toda excusa.

—Subid un momento para que yo pueda salir con vosotras. Me aburre estar entre tantos desconocidos, que sólo hablan de gallos y barajas.

Subieron. La sala estaba llena de gente. Algunos se adelantaron á saludar á Ibarra, y los demás