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ZADIG,

tantos desatinos habia cometido, discurriese con tanto acierto. Finalmente despues de una conversacion no ménos grata que instructiva, llevó su huésped á los dos caminantes á un aposento, dando gracias al cielo que le habia enviado dos hombres tan sabios y virtuosos. Brindóles con dinero de un modo ingenuo y noble que no podia disgustar: rehusóle el ermitaño, y le dixo que se despedia de él, porque hacia ánimo de partirse para Babilonia ántes del amanecer. Fué afectuosa su separacion, y con especialidad Zadig se quedó penetrado de estimacion y cariño á tan amable huésped.

Quando estuvo con el ermitaño en su aposento, hiciéron ámbos un pomposo elogio de su huésped. Al rayar el alba, despertó el anciano á su camarada. Vámonos, le dixo; quiero empero, miéntras que duerme todo el mundo, dexar á este buen hombre una prueba de mi estimacion y mi cariño. Diciendo esto, cogió una tea, y pegó fuego á la casa. Asustado Zadig dió gritos, y le quiso estorbar que cometiese accion tan horrenda; pero se le llevaba tras sí con superior fuerza el ermitaño. Ardia la casa, y el ermitaño que junto con su compañero ya estaba desviado, la miraba arder con mucho sosiego. Loado sea Dios, dixo, ya está la casa de mi buen huésped quemada hasta los cimientos, ¡Qué hombre tan feliz! Al oir estas palabras le viniéron tentaciones á Zadig de soltar la risa, de decir mil picardías al padre reverendo, de