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Ó EL OPTIMISMO.

Habia un cortijillo en las inmediaciones, y propuso la vieja á Candido que le comprase, ínterin hallaba toda la compañía mejor acómodo. Cunegunda que no sabia que estaba fea, no habiéndoselo dicho nadie, acordó sus promesas á Candido en tono tan resuelto, que no se atrevió el pobre á replicar. Declaró pues al baron que se iba á casar con su hermana; pero este dixo: Nunca consentiré yo en semejante vileza de su parte, y tamaña osadía de la tuya, ni nunca no podrán echar en cara tal ignominia. ¿Con que los hijos de mi hermana no podrán entrar en los cabildos de Alemania? No, mi hermana no se ha de casar, como no sea con un baron del imperio. Cunegunda se postró á sus plantas, y las bañó en llanto, pero fué en balde. ¡Fatuo, sin seso, le dixo Candido, te he librado de galeras, he pagado tu rescate, y el de tu hermana que estaba fregando platos, y que es fea; soy tan bueno que quiero que sea mi muger, y todavía quieres tu estorbármelo! Si me dexara llevar de la ira, te matara segunda vez. Otras ciento me puedes matar, respondió el baron, pero no te has de casar con mi hermana miéntras yo viva.

CAPITULO XXX.

Donde se da fin á la historia.

En lo interior de su corazon no tenia Candido ganas ningunas de casarse con Cunegunda;