—Caro sería ello, respondió Preciosa, si nos pellizcasen.
—No, á fe de caballeros, respondió uno; bien puedes entrar, niña, segura que nadie te tocará á la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho.
Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.
—Si tú quieres entrar, Preciosa, dijo una de las tres gitanillas que iban con ella, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres.
—Mira, Cristina, respondió Preciosa, de lo que te has de guardar es de un hombre solo y á solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser muchos quita el miedo y recalo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina á ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las públicas.
—Entremos, Preciosa, dijo Cristina; que tú sabes más que un sabio.
Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vió el papel que traia en el seno, y llegándose á ella se le tomó, y dijo Preciosa:
—¡Ay! no me le tome, señor, que es un romance que me acaban de dar ahora, que áun no le he leido.
Y ¿sabes tú leer, hija? dijo uno.
—Y escribir, respondió la vieja; que á mi nieta la be criado yo como si fuera hija de un letrado. Abrió el caballero el papel, y vio que venía dentro dél un escudo de oro, y dijo:
—En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene.
—Basta, dijo Preciosa, que me ha tratado de pobre el poeta; pues cierto que es más milagro darme á mí un poeta un escudo, que yo recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general,