Esta página ha sido validada
IV.
Entónces comenzó el martirio. Ellos se amaban, y aquella vida en común; aquellas entrevistas repetidas hasta lo infinito; aquellas ocasiones en que ambos se hallaban lejos de todas las miradas indiscretas; aquella pasión desbordante, á que solo esfuerzos sobrehumanos podian poner valla; aquel rostro austero de don Juan, cuyos ojos graves se clavaban en su esposa y su hijo, como una eterna prohibición, como una eterna amenaza, —era algo que les enloquecía, que les mataba lentamente...
En varias ocasiones, cuando Amélia sentada al piano ejecutaba una de esas