hizo sentar junto á sí, y comenzó á contárselo todo, desde sus incredulidades de niña, hasta sus convicciones de mujer.
- ¿No sabes,? añadió. Me propuse encontrar un hombre que me amase y á quien yo amara... Poco me importaba de los medios; no los busqué, no los elejí.... Corrí los salones buscando alguno á quien dar mi corazón entero, sin restricciones, sin tibiezas... Por fin los celos me lo han proporcionado, y el hombre que amo.... es mi marido... eres tú...
Él no cabía en sí de gozo. La imájen de Margarita desvaneciase poco á poco en su cerebro, como las figuras de una linterna májica que fuese apagándose gradualmente...
Y la conjugación del verbo eterno, del verbo amar, comenzó de nuevo en la soledad de aquel saloncito, cuyos écos no repetían desde largos meses el susurro