de telas de araña cubierta de polvo, deshabitadas como el taller, antes tan lleno de ruido, de animación, de vida... Juan sintió un malestar indecible, oprimiósele el coraron, y agolpáronse las lágrimas á sus ojos. Pero, por fin, recordando la promesa del enlutado, sacudió sus pesares y salió del taller con paso firme.
Caminaba empujado por una fuerza extraña, sin detenerse, recorriendo casi toda la ciudad de extremo á extremo, hasta que ese mismo poder sobrenatural hízolo detenerse á la puerta de un hermoso palacio, subir una gradería, y penetrar al interior, como si fuese el dueño absoluto de tan valiosa finca.
Al verlo llegar, el portero se descubrió, poniéndose de pié: lo mismo hicieron cuantos criados halló Juan en su trayecto, lo que lo asombraba cada vez más; y de ese modo continuó recorriendo el palacio,