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Gustavo A. Becquer.

Los monges pronunciaban en aquel instante estas espantosas palabras del Miserere.

In iniquitatihis conceptus sum; et in peccatis concepit me mater mea.

Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado á la humanidad entera por la conciencia de sus maldades; un grito horroroso, formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad, concierto monstruoso, digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la iniquidad.

Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante á un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder á un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced á una trasformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monges se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y á través de ella se vio el cielo como un océano de lumbre abierto á la mirada de los justos.

Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al Trono del Se-