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¡Es raro!.

una rojiza espuma, atestiguan que se ha defendido y que al defenderse recibió las heridas que lo cubren.

Andrés lo llama por su nombre; el perro moribundo entreabre los ojos, hace un inútil esfuerzo para levantarse, menea débilmente la cola, lame la mano que lo acaricia, y muere.

— Mi caballo, ¿dónde está mi caballo? exclamaba entonces con una voz sorda y ahogada por la emoción al ver desierto el pesebre y rota la cuerda que lo sujetaba á él.

Sale de allí como un loco: llama á su mujer, nadie responde; á sus criados, tampoco; recorre toda la casa fuera de sí... sola, abandonada. Sale de nuevo al camino, ve las señales del casco de su caballo, del suyo, no le cabe duda, porque él conoce ó cree conocer hasta las huellas de su animal favorito.

— Todo lo comprendo, dice, como iluminado por una idea repentina; los ladrones se han aprovechado de mi ausencia para hacer su negocio, y se llevan á mi mujer para exigirme por su rescate una gran suma de dinero. ¡Dinero! mi sangre, la salvación daría por ella, ¡Pobre perro mío! exclama volviéndole á mirar, y parte á correr como un desesperado, siguiendo la dirección de las pisadas.

Y corrió, corrió sin descansar un instante en pos de aquellas señales, una hora, dos, tres.