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La mujer de piedra.

culaba con acierto el machón ó la parte del muro que gravitaba sobre el arca de plomo, ó la piedra redonda en que se grababan con el nombre de secta del maestro, su escuadra, el martillo y la simbólica estrella de cinco puntas ó la cabeza de pájaro que recuerda el ibis de los Faraones. Una parábola, aún bajo el segundo velo, una alusión histórica ó un rasgo de las costumbres, aunque ataviadas con el dizfraz místico, no podían pasar desapercibidos á mis ojos si los hacía objeto de inspección minuciosa. No obstante, por más que buscaba la cifra del misterio, sumando y restando la entidad de aquella figura con las que la rodeaban; por más que trataba de encontrar una relación entre ella y las creaciones de los capiteles y franjas, algunas de efecto microscópico, y combinaba el todo con la idea del diablo que abrazaba el escudo, gimiendo bajo el peso de la repisa, nunca veía claro, nunca me era posible explicarme el verdadero objeto, al sentido oculto, la idea particular que movió al autor de la imagen para modelarla con tanto amor é imprimirle tan extraordinario sello de realismo. Cierto que algunas veces creía ver flotar ante mi vista el hilo de luz que había de conducirme seguro á través del dédalo de confusas ideas de mi fantasía, y por un momento se me figuraba encontrar y ver palpable la escondida relación de los versos sueltos de aquel mara-