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Desde mi celda.

embargo, mirando por los de la casa, cuido siempre de hacer antes de dormirme una cruz en el hogar con las tenazas para que no entren por la chimenea, y tampoco se me olvida poner la escoba en la puerta con el palo en el suelo.

— ¡Ah! vamos; ¿con que la escoba que encuentro algunas mañanas á la puerta de mi habitación con las palmas hacia arriba y que me ha hecho pensar que era uno de tus frecuentes olvidos, no estaba allí sin su misterio? Pero se me ocurre preguntar una cosa: si ya mataron á la bruja, y, una vez muerta, su alma no puede salir del precipicio donde por permisión divina anda penando, ¿contra quién tomas esas precauciones?

— ¡Toma, toma! Mataron á una; pero como que son una familia entera y verdadera que desde hace un siglo ó dos vienen heredando el unto de unas en otras, se acabó con una tía Casca; pero queda su hermana, y cuando acaben con ésta, que acabarán también, le sucederá su hija, que aún es noza, y ya dicen que tiene sus puntos de hechicera.

— ¿Según lo que veo, esa es una dinastía secular de brujas que se vienen sucediendo regularmente por la línea femenina desde los tiempos más remotos?

— Yo no sé lo que son; pero lo que puedo decirle es, que acerca de estas mujeres se cuenta en el