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Gustavo A. Becquer.

lla fantástica cabalgadura que le había arrastrado á unas regiones desconocidas y misteriosas.

Un silencio de muerte reinaba á su alrededor; un silencio que sólo interrumpía el lejano bramido de los ciervos, el temeroso murmullo de las hojas, y el eco de una campana distante que de vez en cuando traía el viento en sus ráfagas.

— Habré soñado, dijo el barón; y emprendió su camino al través del bosque, y salió al fin de la llanura.


II


En lontananza, y sobre las rocas de Montagut, vio destacarse la negra silueta de su castillo, sobre el fondo azulado y trasparente del cielo de la noche. — Mi castillo está lejos y estoy cansado, murmuró; esperaré el día en un lugar cercano, y se dirigió al lugar. — Llamó a la puerta. — ¿Quién sois? le preguntaron. — El barón de Fortcastell, respondió, y se le rieron en sus barbas.- — Llamó á otra. — ¿Quién sois y qué queréis? tornaron á preguntarle. — Vuestro señor, insistió el caballero, sorprendido de que no le conociesen; Teobaldo de Montagut. — ¡Teobaldo de Montagut! dijo colérica su interlocutora, que no era una vieja; ¡Teobaldo de Montagut el del cuento!... ¡Bah!... Seguid vuestro ca-