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Gustavo A. Becquer.

vieran la humorada de venir á verlo, sino tal como fué en lo antiguo, con sus cinco torres gigantescas, su atalaya esbelta, sus fosos profundos, sus puertas chapeadas de hierro, fortísimas y enormes, su puente levadizo y sus muros coronados de almenas puntiagudas.

Al llegar á este punto de mi carta, me apercibo de que, sin querer, he faltado á la promesa que hice en la anterior, y ratifiqué al tomar hoy la pluma para escribir á ustedes. Prometí contarles la historia de la bruja de Trasmoz, y sin saber cómo les he relatado en su lugar la del castillo. Con estos cuentos sucede lo que con las cerezas: sin pensarlo, salen unas enredadas en otras. ¿Qué le hemos de hacer? Conseja por conseja, allá va la primera que se ha enredado en el pico de la pluma: merced á ella, y teniendo presente su diabólico origen, comprenderán ustedes por qué las brujas, cuya historia quedo siempre comprometido á contarles, tienen una marcada predilección por las ruinas de este castillo y se encuentran en él como en su casa.