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Gustavo A. Becquer.

he acercado á hablarte so pretexto de pedir una limosna; un señor que no sólo no exige sacrificios penosos de los que le sirven, sino que se esmera y complace en secundar todos sus deseos; alegre como un juglar, rico como todos los judíos de la tierra juntos, y sabio hasta el extremo de conocer los más ignorados secretos de la ciencia, en cuyo estudio se afanan los hombres. Las que le adoran viven en una continua zambra, tienen cuantas joyas y dijes desean, y poseen filtros de una virtud tal, que con ellos llevan á cabo cosas sobrenaturales, se hacen obedecer de los espíritus, del sol y de la luna, de los peñascos, de los montes y de las olas del mar, é infunden el amor ó el aborrecimiento en quien mejor les cuadra. Si quieres ser de los suyos, si quieres gozar de cuanto ambicionas, á muy poca costa puedes conseguirlo. Tú eres joven, tú eres hermosa, tú eres audaz, tú no has nacido para consumirte al lado de un viejo achacoso é impertinente, que al fin te dejará sola en el mundo y sumida en la miseria, merced á su caridad extravagante. Dorotea, que al principio se prestó de mala voluntad á oir las palabras de la vieja, fué poco á poco internándose en aquella halagüeña pintura del brillante porvenir que podía ofrecerle, y aunque sin despegar los labios, con una mirada entre crédula y dudosa, pareció preguntarle en qué con-