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La promesa.

Por último, precedido de los timbaleros que montaban poderosas mulas con gualdrapas y penachos, rodeado de sus pajes que vestían ricos trajes de seda y oro y seguido de los escuderos de su casa, apareció el conde.

Al verle la multitud levantó un clamor inmenso para saludarle, y entre la confusa vocería se ahogó el grito de una mujer, que en aquel momento cayó desmayada y como herida de un rayo en los brazos de algunas personas que acudieron á socorrerla. Era Margarita, Margarita que había conocido á su misterioso amante en el muy alto y muy temido señor conde de Gómara, uno de los más nobles y poderosos feudatarios de la corona de Castilla.


III


El ejército de D. Fernando, después de salir de Córdoba, había venido por sus jornadas hasta Sevilla, no sin haber luchado antes en Ecija, Carmona y Alcalá del Río de Guadaira, donde una vez expugnado el famoso castillo, puso los reales á la vista de la ciudad de los infieles.

El conde de Gómara estaba en la tienda sentado en un escaño de alerce, inmóvil, pálido, terrible, las manos cruzadas sobre la empuñadura del