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Las dos olas.

á morir... ¿quién sabe? ¡tal vez á una playa desierta... á ahogar el último grito de dolor de un náufrago!... Y en este mar de la humanidad, ¿qué es el niño sino la ola que se levanta cantando para ir al fin á estrellarse contra la piedra del sepulcro, como contra la roca de la misteriosa playa de un país desconocido?...

— Pero, ¡por Dios! ¿Todo eso se ve en mi cuadro? No, hombre, no; acaso lo verá usted, ó creerá que lo ve, que es lo más probable... pero los demás encontrarán aquí una muñeca grande que juega con un muñeco chico, et pas plus.

— ¡Un muñeco! — exclamé entonces fijándome en el lienzo objeto de nuestra conversación; y, en efecto, ví, cómo la niña, que tenía la mirada alta, serena, dulce y al par dominadora, traía colgado de un brazo y en una postura descoyuntada, risible y lastimosa á la vez, un muñeco, una especie de polichinela, del que no hacía más caso que el suficiente para no dejarlo escapar de entre sus pequeñas garras de terciopelo rosa.

La observación comenzó por desconcertarme un poco, pero yo estaba decidido á obtener el dibujo.

— Verdad es que tiene ahí un muñeco en el cual no me había fijado, repuse articulando lentamente estas palabras, mientras revolvía con velocidad increíble la imaginación buscando nuevos argumentos para mi tesis; pero... — añadí al cabo con cier-