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La venta de los gatos.

amigo, ¿cuándo nos vamos allí una tarde á merendar y á tener un rato de jarana?

— ¡Un rato de jarana! -exclamó mi interlocutor con una expresión de asombro que yo no acertaba a explicarme entonces; ¡un rato de jarana! Pues digo que el sitio es aparente para el caso.

— ¿Y por qué no? -le repliqué admirándome a mi vez de sus admiraciones.

— La razón es muy sencilla, me dijo por último; porque á cien pasos de la venta han hecho el nuevo cementerio.

Entonces fuí yo quien lo miró con ojos asombrados y permanecí algunos instantes en silencio, antes de añadir una sola palabra.

Volvimos a la ciudad, y pasó aquel día, y pasaron algunos otros más, sin que yo pudiese desechar del todo la impresión que me había causado una noticia tan inesperada. Por más vueltas que le daba, mi historia de la muchacha morena no tenía ya fin, pues el inventado no podía concebirlo, antojándoseme inverosímil un cuadro de felicidad y alegría con un cementerio por fondo.

Una tarde, resuelto á salir de dudas, pretexté una ligera indisposición para no acompañar á mi amigo en nuestros acostumbrados paseos, y emprendí solo el camino de la venta. Cuando dejé á mis espaldas la Macarena y su pintoresco arrabal, y comencé a cruzar por un estrecho sendero aquel