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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

bién diga para consigo mismo: «Tal es el nombre propio y peculiar de la tal cosa, tales los nombres de las partes de que se compuso y en las que se resolverá, » Porque verdaderamente nada contribuye tanto á la grandeza de ánimo como el saber examinar con método y exactitud cada una de las cosas que suelen acontecernos, y poder escudriñar siempre las mismas en tal conformidad que venga en conocimiento de cuál uso sirve la tal cosa, y para cuál mundo tiene su uso, qué estimación se merece comparada con cl universo, y qué aprecio comparada con el hombre, siedo éste, como es, un ciudadano de aquella suprema ciudad, de la cual estas ciudades de acá vienen á ser otras tantas casas y familias; de qué condición es, de qué principios se compuso, por cuánto tiempo deberá naturalmente durar este objeto que ahora ne configura la imaginación; de qué virtud convendrá echarse mano para podérmelas haber con él; por ejemplo, si de mansedumbre, de fortaleza, de verdad, de confianza, de candor, de frugalidad ó de otras semejantes.

Conviene por lo mismo decir en cada acontecimiento particular: «Esto en verdad me viene de la mano[1] de Dios; esotro sucede en fuerza de la coligación de las cosas y del hilo fatal de las parcas, por esta complicación de sucesos y por el acaso de la fortuna; aquello nace de parte del tal, que es hombre de mi misma patria, de mi mismo linaje y mi amigo, pero que al mismo tiempo ignora lo que[1] En este particular deben oirse con mucho recelo los filósofos. Todo viene de la mano de Dios : es una verdad de Fe, si se entiende como ésta nos lo ensefña, es decir, que


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