que tiene cerrados los ojos de la razón; por mendigo el que necesita de otro y que en si mismo no tiene todo cuanto es útil para la vida; reputarase como un apóstata y corrupción del mundo el que se separa y retira de lo que presøribe la razón de esta naturaleza común, disgustándose con los sucesos acaecidos, siendo asi que los produce aquella misma —causa que te produjo á tí. Por fin, es como miembro cortado de este cuerpo y ciudad común el que, por decirlo ast, arranca[1] y separa su alma de la de los otros racionales, siendo una misma en todos ellos.
Hace éste profesión de filósofo[2] sin llevar túnica[3], aquél sin tener libros y el otro igualmente, estando medio desnudo: no tengo, dice uno, pan que comer, y sin embargo, insisto en la Filosofía; yo, dice otro, no tengo el salario correspondiente al ejercicio de mi enseñanza, y con todo, me doy constantemente á la Filosofía.
Estima y vive satisfecho con el arte que aprendiste, y lo que te restare de vida, pásalo de manera que, con toda tu alma, poniendo todas tus cosas en las manos de los dioses, á ninguno de los hombres tiranices y á tí nadie te esclavice.
Ponte á pensar en los tiempos pasados, por ejemplo, en los de Vespasiano, verás que sucedía lo pro- [1] La metáfora se toma de un ramo desgajado con violencia de su árbol, y así quiere M. Aurelio decir, un revoltcso, sedicioso, excomulgado en frase eclesiástica.
[2] Parece que M. Aurelio quiere rebatir todas las excusas que se solían pretextar de pobreza en el vestido, falta de libros y escasez de alimentos para no darse á la Flosofia.
[3] Estos eran los cínicos, que sólo llevaban encima de la interula su palio ó capa.