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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

que su alma se conserve en tal estado, en el cual se porte racional y sociablemente; y que también coopere á que otros de su naturaleza hagan esto mismo.

Unas cosas se apresuran para recibir su ser, otras se dan prisa en perderlo, y aun una misma cosa al momento de hacerse ya en parte se extingue, y así las disoluciones y alteraciones renuevan continuamente el mundo; al modo que la incesante sucesión del tiempo representa la eternidad siempre nueva.

En esta precipitada corriente, en donde no es posible fijarse, &quién podrá apreciar cosa alguna de estas así pasajeras° Sería lo mismo que si uno empezara á enamorarse de una de las aves, que, volando por el aire, al instante desaparecieron de la vista.

A un modo semejante viene á ser la vida de cada uno, que es como una exhalación de la sangre ó como la respiración y atracción del aire; pues cuál es el respirar una vez y atraer el aire, lo que todos hacemos cada momento, tal es en verdad, el volver á dar toda la fuerza de respirar á aquel principio, de donde la habías tomado antes y adquirido, naciendo ayer ó antes de ayer.

No es cosa digna de mucha estimación, ni el transpirar como las plantas, ni el respirar como las bestias, ni el estamparse en la fantasía las ideas, ni el agitarse el apetito con los afectos, ni el vivir congregados, ni el nutrirse con el alimento, porque esto es una cosa semejante á la que sucede en el expeler las superfluidades de la comida. ¿Qué cosa, pues, merecerá nuestro aprecio? gel ser aplaudido con palmoteo? Ni esto tampoco: luego ni menos lo será el ser aclamado con los gritos de viva y más viva; porque las alabanzas del pueblo no son otro, que un estré-