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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

porque tuya es la obra, procediendo conforme á tu intención.y resolución, además de que se lleva al cabo según tu beneplácito.

Si esto depende de tu arbitrio, ¿por qué lo haces? y si de otro, ¿contra quién las has? ¿contra los átomos ó contra los dioses? Uno y otro es locura[1], no debiendo enojarte contra nadie; porque si puedes, enmienda la cosa; pero si no fuere posible, qué utilidad sacas de irritarte, y más no debiendo hacer nada en vano? De todo cuanto muere ó perece nada sale fuera del mundo; pues si permanece aquí[2] y se trasmuta, igualmente se disuelve aquí mismo en los propios principios, que son los elementos del mundo y también los suyos, los cuales no murmuran sin embargo de que padecen su mutacióny obstinación halbla San Gregorio Naz., Ad Episcop., 150. Es preciso confesar que la docilidad no suele ser la virtud más familiar á los que se reputan por habiles é instruidos, y más cuando se empeñan en sosteuer alguna opinión que tenga visos de bien fundada.

[1] Este aviso bien olbservado sería una punacea ó remedio universal que bastaria para curar y aun precaver todas las inquietudes del corazón bumano, particularmente en quien, dejados los átomos para consnelo de los epicúreos, creyese que todo suceso viene ó querido ó sólo permitido de Dios, que nos lo envia para nuestro bien.

[2] Esta doctrina es común á los filósofos antiguos, los cuales, no teniendo conocimiento de la creación ni aniquilación, concordaban en que la ruina de todo ente era una pura mutación. Los escolásticos, que á más de la creación del alma racional admiten la producción de tantas sustancias de todo punto en si nuevas, cuantas son las formas que por momentos salen á borbollones en la Naturaleza, qnieren también que sin cesar perezcan en si mismas infinitas sustancias antiguas.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1