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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

propios límites, dieres en cara á tu alma, caso que no pueda hacer frente á cosa tan leve.

¿Por ventura Pantea ó Pérgamo subsisten todavía asidos al sepulcro de Vero?[1] ¿Acaso Xabrias ó Diotimo permanecen aún junto al de Adriano? Cierto sería una ridiculez. Pues qué, si éstos estuviesen allí fijos, lo habían de advertir los otros? y puesto que lo advirtiesen, se habían de consolar? ¿y dado caso que se consolasen, habían éstos de ser inmortales? Pues qué, á éstos no les estaba decretado primero la vejez, para que al cabo se hiciesen viejos, y después muriesen? Y luego que esos hubiesen muerto, qué habían de hacer aquellos después? y más convirtiéndose todo eso en hediondez y reduciéndose á un costal[2] lleno de asquerosidad.

Si puedes ver con perspicacia, observa lo que dice el muy sabio Critón: « En la constitución de una Naturaleza racional no contemplo virtud alguna que se oponga á la justicia, pero veo bien que la virtud de la continencia[3] se opone al deleite. »

[1] Antiguamente reinaba la costumbre de que junto al monumento de algún personaje llorasen por mucho tiempo las personas á quienes el difunto hubiese querido más en vida, lo que dio lugar á la fábula de Niobe convertida en piedra porque estaba siempre fija al sepulcro de sus hijos.

[2] El nombre de costal, en sentido metáforo, se usaba mucho para significar el cuerpo.

[3] Con esta doctrina se podía argüir contra Epicuro, el cual ponía en el deleite toda su felicidad, debiendo ésa tener por objeto la virtud, á la que se opone el deleite, de donde procede el vicio opuesto á la continencia; y asi dijo bien Čicerón, Acad., lib. 1v: Tu, cum honestas in voluptate contemnenda consistat, honestate cum voluptate, tamquam hominem cum bellua, copulabis?


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